junio 20, 2007

La Estación

Y ahí estoy yo, sentada en la estación, con un vestido floreado que me llega hasta los tobillos, escogido la semana pasada, cuando me enteré de la sorpresa. Junto a mi tengo una maleta vieja y pesada, llena de promesas y recuerdos que mantengo guardados y los cuido como tesoros. Tengo un reloj frente a mí que hace que el tiempo no se me pase volando. Trato de mantenerme lo más quieta posible, para que no se me arrugue el vestido ni se corra el la pintura del rostro. No suelo pintarme pero mi vecina dice que a los hombres les gustan más arregladitas. Prometió llegar a las tres de la tarde. Es la una, prefiero esperarlo por anticipado en caso de que llegue antes. En enero el calor es insoportable. No se cuantos grados haya, pero siento como si me estuviera friendo por dentro. Quizás no debería haberme puesto este vestido de invierno en un día como hoy, pero es su vestido favorito siempre me lo decía. El Sol esta frente a mi rostro, tengo miedo de que la pintura se corra, pero si me muevo el vestido puede arrugarse. Me doy cuenta que no hay nadie más en la estación, creo que es mejor, así nuestro reencuentro va a ser más íntimo. Mis manos sostienen la pesada maleta y por ella puedo ver el final del camino que recorren gotas de sudor, comenzando por mi frente y terminando en mis manos. No me muevo, prefiero permanecer inmóvil. De pequeña que aprendí a permanecer por largo rato quieta, a veces por horas. Es la una con cinco minutos. Quizás el reloj esté malo. Siento como si horas hubieran pasado delante de mí, pero veo la hora y comprendo que sólo han sido cinco minutos. Tal vez sería bueno ponerme un sombrero. Pero si me muevo el vestido puede arrugarse. Creo que lo mejor es esperar que el Sol se mueva. Justo en este momento esta frente a mi, pero es cuestión de minutos para que eso cambie. Él se fue hace tres años a trabajar a la ciudad; es que allá las cosas son mejor me dijo, si me voy a la ciudad puede ser que encuentre trabajo en lo que realmente me gusta Margarita, y por fin podré abrir mi propio negocio. Entonces te vendré a buscar viviremos felices. Eso me lo dijo mientras arreglaba su maleta para tomar el bus de las doce. Preferí no contradecirlo y responder con una hermosa sonrisa y lágrimas en los ojos. Le dije que lloraba de alegría, pero en realidad las lágrimas venían de lo más profundo de mi corazón, que en ese momento se encontraba completamente destruido. Pero ahora eso es parte del pasado. Su familia dio aviso a todo el pueblo de su regreso. Él es una persona muy querida por todos acá. Así que estamos preparando la mejor de las fiestas de bienvenida para él. Yo por mi parte he soñado cada una de las largas y solitarias noches con su regreso. Planeando como saludarlo y qué decirle, porque antes de partir me hizo jurarle amor eterno y así lo hice; mi corazón, mis pensamientos, mis alegrías y mi alma entera, están reservadas para él. Por su parte el juró lo mismo… Son la una con nueve minutos. El tiempo no pasa. El calor no disminuye, al contrario siento como los rayos atraviesan el grueso vestido y llegan hasta mi piel provocando pequeñas llagas. Siento dolor, pero lo tolero. No quiero que mi vestido se arrugue. Siento mucha sed, creo que no tomé agua antes de salir de mi casa. Mi casa queda lejos de la estación, a pie son cerca de dos horas. Un vecino ofreció traerme pero no quise, es que me gusta caminar. Mis pasos fueron lentos, no quería que el polvo ensuciara mi vestido, o mis zapatos perdieran brillo. Debería haber aceptado que mi vecino me trajera. Mis labios están partidos por el sol y quemados por el frío de la noche. Mi lengua está seca, la saliva que genera a penas sirve para humedecerla. Busco con la mirada algo para tomar agua. No encuentro nada. En la estación debe haber un baño, pero no lo veo y aunque lo viera, no iría a el, quizás durante mi ausencia él podría llegar y si no me ve esperándolo su tristeza sería tal que se devolvería a la ciudad. No quiero eso, prefiero seguir esperando por el Son la una con doce minutos. Creo que ese reloj no funciona. El tiempo nunca ha sido tan lento como lo es ahora. El calor tampoco había estado tan fuerte como lo esta en este preciso instante. Tengo miedo, tanto sol, tanto calor, tantos rayos, pueden quemar mi vestido. El vestido que a él más le gusta. Necesito mirarme en el espejo que tengo guardado en la pesada maleta. Un simple movimiento no me desarreglará... Este espejo no me da confianza, es como si mostrara cosas que no son. Me veo yo, pero no soy realmente yo. Es mi rostro, pero no soy yo. Es mi pelo, pero no es mi pelo, son mis manos, pero no son mis manos. Frente al espejo veo un rostro agrietado por la vejez. Un cabello pajoso y blanco que se cae con el sólo hecho de mirarlo. Y mis manos, al igual que mi rostro, se ven con marcar, arrugas, profundas arrugas. Mi piel esta pegada adherida a los huesos de mi cuerpo… esta no soy yo!! Y la estación? Donde esta la estación? Donde esta? Por qué estoy en esta pieza llena de ancianos que gritan en silencio rogando que los vengan a ver. Mi vestido son solo harapos sucios y con olor a humedad. El espejo está mal. Tal vez si no me muevo… tal vez si me mantengo callada… tal vez si me quedo tal cual he estado los últimos 65 años, él me reconozca al llegar a al estación.

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